miércoles, 27 de abril de 2011

HAGÁMOSLO NOSOTROS

El goteo incesante de  leyes enunciadas por gente ajena al mundo educativo real ha llevado a una buena parte del profesorado a un estado de aburrimiento y hastío hacia las políticas educativas que se han ido estableciendo a lo largo de las últimas décadas. Políticas que han estado, en su mayoría, tan alejadas de la realidad del aula que, norma tras norma, orden tras orden, resolución tras resolución, han nacido lastradas y burocratizadas por inverosímiles, absurdas, teóricas y ajenas al día a día de los centros.

Evidentemente, podemos pensar muchos, tal situación ha sido, y es, producto, en gran medida, del nivel de desconocimiento de la realidad por parte de las personas encargadas de generar, impartir y desarrollar las directrices educativas que llegan a los centros. Situación motivada por el  alejamiento y/o la desafección del aula en que se encuentran las mismas, lo que les lleva a legislar y a dirigir  sobre una realidad que les queda, cuando menos, lejana. Por tanto, no es extraño que se pueda creer que este estado de  distanciamiento podría ser corregido, en buena medida, favoreciendo que estas personas, en el desarrollo de sus cometidos, no fuesen obligadas a trabajar exclusivamente lejos de las aulas. Se puede considerar que el contacto diario con las mismas ayudaría, sin duda alguna, a la percepción y al conocimiento de una realidad que, al estar aisladas en un despacho, se les escapa.

 ¡¡Qué peligro hay en mantener alejadas del aula a las vanguardias pedagógicas!! En este sentido, habría que gestionar, desde la Administración Educativa, algún tipo de mecanismo para que todas aquellas personas, docentes de profesión, que en este ámbito tengan responsabilidad y capacidad de generar, opinar o guiar, en lo que a pedagogía y convivencia en los centros se refiere, tenga, de forma obligatoria, incluido en su horario de trabajo, al menos una carga horaria lectiva directa en el aula de un grupo-clase (en un centro cercano a su despacho) y, mínimo, una carga horaria complementaria de dos guardias de pasillo (no intercambiables por guardias de biblioteca) en el mismo centro.

Pero si esta propuesta se hace difícil de digerir, o complicada de llevar a cabo, podría bastar con que no se obligue a toda esta gente a permanecer lejos del aula más de dos cursos escolares seguidos. Es sencillo el planteamiento: la comisión de servicios no debe durar más de dos cursos debiendo incorporarse a su plaza al inicio del tercero, pudiendo retornar a su comisión pasados uno o dos cursos más. Todo ello con el fin, fin educativo, claro está, de que, conociendo la realidad en la que desarrollamos nuestro trabajo en los centros, puedan realizar su labor técnica con conocimiento de causa, de forma más responsable, veraz, creíble y realista. Lo que, sin duda, redundaría en una mejora en la Calidad Educativa.

Pero no es de esto de lo que queremos hablar en este artículo. En absoluto. Lo planteado, si bien es deseable y recomendable, y por ello debemos exigirlo sin ningún tipo de rubor, sabemos que no está a nuestro alcance desde el día a día de los centros. Se puede tener la percepción de que la política educativa general no cuenta con los centros. Por eso es política. Por eso está tan alejada de los centros. Así que este artículo no pretende, en modo alguno, hablar de las distintas políticas educativas que hemos venido sufriendo en las últimas décadas. Ni de sus mentores. En absoluto.

En este artículo lo que queremos plantear es que, en algunos aspectos bastante significativos, la capacidad de actuar de otra manera en los centros es factible. Es posible gestionar el día a día de otra manera. Es posible gestionar  la normativa de otra manera y está en nuestras manos siempre que estemos dispuestos a asumir esa responsabilidad.

La culpa, queremos explicar, no siempre es del otro. Debemos hacer autocrítica y entender que nuestra inacción acomodaticia y aburguesada consiente y retroalimenta su sinrazón burocrático-administrativa. Nuestro nihilismo profesional permite, autoriza y da oxígeno a su burocracia alienante. Dejó dicho Darío Fo que la indignación es el arma de los gilipollas. Así que tranquilos, y tranquilas, por los pasillos de nuestros Centros. Tengámoslo claro. 

 La tesis de este artículo no es otra que plantear la necesidad y la urgencia de cambiar, desde cada centro, el paradigma subyacente en el que todo este conjunto de iluminados e iluminadas, perfectamente prescindibles,  se mueve. Paradigma erróneo y falaz pero, y esto es lo importante (importante para ellos, claro está), tremendamente útil para mantenerlos, de forma contumaz y segura, alejados del aula.

No se trata de llevar a cabo una labor de titanes que quieren arreglar el mundo. No somos tan magníficos, ni tan magníficas. Pero es que tampoco es necesario, ni tan complicado. Podemos cambiar, o por lo menos intentar cambiar la dinámica educativa de nuestro centro, en interés del bien común. En interés de nuestro alumnado. Y eso es lo importante. Y merece la pena.

En el intento de generar un debate que creemos necesario, hacemos una introducción sobre cuales son las bases sobre las que construir el modelo que se plantea como alternativa. Qué cosas podemos hacer. Qué dinámicas podemos intentar implantar. Cosas que, sépanlo, se están haciendo en algunos centros educativos. Dinámicas que funcionan. Con elementos mejorables pero que funcionan. Y hay que intentarlo.

 Lo que pretendemos es plantear al conjunto del profesorado en activo en las aulas que es posible desarrollar un modelo educativo de gestión diferente al que, sibilinamente, nos quieren hacer creer que estamos abocados. La normativa actual en modo alguno marca de forma inexorable la realidad que, día a día, podemos observar en muchas aulas y centros educativos. La normativa actual, en modo alguno marca de forma inexorable la interpretación de la misma que, día a día, nos hacen llegar las distintas instancias educativas.

Dicha normativa, sí es cierto, determina una carga burocrática excesiva (y en muchas ocasiones tediosa e insufrible). Pero estamos hablando de otra cosa. Existen centros cuya filosofía de funcionamiento es clara y simple, centros que huyen de floripondios competentes y de estratosferas básicas y se limitan a plantear enunciados fáciles de entender, de hacer entender y  de llevar a cabo. Desde una óptica,  evidente y necesaria, de defensa del derecho a la educación de nuestro alumnado.

El paradigma vigente, subliminal pero vehemente como una machacadora, nos quiere hacer creer (necesitan hacer creer) que el “enemigo”, en cuanto a responsable del fracaso del Sistema Educativo, es el profesorado que habita nuestras aulas. Bien por ignorancia, bien por no haber encontrado laluzdelaverdad de sus distintas reformas; bien por felón e indolente, bien por gandul o impresentable. Da igual. El problema, nos bombardean constantemente (y bombardean a los responsables legales de nuestro alumnado, a nuestro alumnado y a la opinión pública en general) está en que no hemos estudiado lo suficiente, en que no nos hemos formado lo suficiente y, por ello, no llegamos a entender, ni a interiorizar, ni a saber llevar a cabo las enseñanzas y pautas que emanan de su sacrosanta y mágica legislación.

 El fracaso del Sistema Educativo, necesitan hacer creer, es responsabilidad del profesorado. Y todo porque consideran que en el “aula hace frío”. Y ellos son adictos al calor. A cualquier calor siempre y cuando emane lejos de un aula. Y mientras tanto, sus retoños en  elcolegiodelpilardeturno. Así de simple, así de triste y así de patético.Pero no es de esto de lo que queremos hablar en este artículo. En absoluto.

 Lo que nosotros planteamos es que, en buena medida, el problema no es otro que ese cuatro, o cinco por ciento de alumnado que se encuentra “quemado” del sistema educativo. Esa minoría que solivianta e impide el ejercicio y disfrute del derecho a la educación del restante noventa y cinco por ciento. Ahí, creemos, está la clave. Debemos trabajar para esa aplastante, e indefensa, mayoría silenciosa que, en demasiadas ocasiones, no pueden disfrutar de las oportunidades que les ofrece el Sistema Educativo debido a la actitud disruptiva y a la falta de interés de esos pocos que, por desgracia, se hacen notar demasiado. Por culpa de esa minoría que, por razones dignas de manuales de psiquiatría, permitimos que absorban todas nuestras energías consiguiendo muy poco, o nada, a cambio. Pero que, sin embargo, al impedir con su actitud el normal desarrollo de la actividad docente, condenan a la ignorancia y a la ramplonería, cercenantes en cuanto a futuros, a buena parte de esa mayoría silenciosa que tiene derecho a una realidad educativa diferente y en condiciones.

No dudemos que, en nuestro quehacer, hemos de intentar rescatar a este alumnado inadaptado. Faltaría más. Pero, lo que debemos tener claro de entrada es que, si se diese la disyuntiva, no hemos de dudar de hacia dónde hay que dirigirse. Con todo lo que ello implica. Y eso, parece ser, es lo difícil. Difícil por lo que de compromiso supone. Y porque siempre es más fácil, y cómodo, ignorar al que no se hace notar. Pero eso, aparte de un grave error, es una tremenda injusticia.

¿Qué podemos hacer? ¿Tenemos capacidad para establecer una política educativa alternativa a la que emana de la mayoría de los estamentos de la Administración Educativa? Desde la autonomía de nuestro centro ¿hasta dónde podemos llegar en la interpretación de la norma?

Creemos que es bastante lo que se puede hacer en el intento de, si se nos permite la expresión, racionalizar el disparate en el que nos ha ido introduciendo la vorágine legal e interpretativa de las últimas décadas. Y, en este artículo, planteamos lo que, creemos, deben ser las líneas maestras lógicas de nuestro proyecto.

En principio, como uno de sus ejes fundamentales, debemos trabajar para crear un espacio de convivencia en el que, por un lado, cada cual se sienta libre de expresarse, en sentido amplio, en la seguridad de que va a ser respetado (lo que es bastante más difícil de lo que parece); y, por otro lado, un lugar que sea sentido, por parte de la Comunidad Educativa, como algo más que un centro estrictamente académico, como algo vivo y propio en el que todos podamos participar en su creación y puesta en marcha.

En el mismo nivel de importancia, y como eje fundamental paralelo, debemos trabajar por crear un ámbito educativo en el que tenga prioridad la defensa del derecho a la educación de aquellas personas que quieren trabajar, estudiar y formarse (y de aquellas otras que, aun sin saberlo, también lo desean o pueden llegar a desearlo).

Frente al derecho a la educación que, por edad, tiene nuestro alumnado, debemos dar prioridad al derecho a la educación de aquellos que tienen interés en trabajar, estudiar y formarse. Ojo, no hablamos de alumnado con capacidad académica. No confundamos. Hablamos simplemente de aquellas personas que quieren hacer algo (o más que algo) y de aquellas que, si se dan las condiciones, si creamos las condiciones adecuadas, se sumarían a este grupo.

 Debemos entender, y debemos hacer entender, que los recursos puestos a nuestra disposición, y las energías que estamos dispuestos a poner en el empeño, han de ser activados hacia aquél alumnado que, en determinadas coyunturas educativas, podrían no recibir la atención y la dedicación que se merecen y a la que tienen derecho. Este punto es fundamental y es la clave de todo nuestro planteamiento. Si  tenemos claro cuál es nuestra prioridad, no tendremos problema a la hora de trabajar por ella. Trabajar con todos los elementos que la normativa pone a nuestra disposición, asumiendo y enfrentando los posibles sinsabores que, en un  principio, nos pueda ocasionar. Y disfrutando, más temprano que tarde, tanto nosotros como nuestro alumnado, de las satisfacciones que, igualmente, nuestro trabajo nos va a proporcionar.

El diálogo como herramienta no se puede convertir en simple discurso unidireccional justificador de actitudes sin que se varíen las mismas. No puede devenir en simple protocolo estandarizado que, sin solucionar nada, da una pátina de proceso dialogante y democrático, nos calma la conciencia y no resuelve nada. El diálogo constructivo precisa, como mínimo, de dos personas que planteen y asuman compromisos. Si sólo habla una mientras la otra únicamente asiente como mecanismo suavizador, y escabullidor, de  responsabilidades, no es diálogo. Es otra cosa. Y no nos sirve porque nos hace daño como colectivo. Y nos hace daño porque no resuelve nada.

El diálogo como herramienta mal entendida, mal utilizada,  no se puede convertir en simple proceso, inane e improductivo, que conforma una realidad que eterniza y generaliza una dinámica infernal. Porque nuestro alumnado no se merece el averno. Y porque nosotros, como docentes, tampoco. Tenemos a nuestra disposición unas Normas de Organización y Funcionamiento (NOF) en nuestros centros que no debe darnos pudor ideológico utilizar. Un NOF que, no lo olvidemos, es elaborado y aprobado, democráticamente, por los representantes de la Comunidad Educativa. Por tanto, una norma de funcionamiento que plasma, simple y llanamente, aquello que queremos que sea plasmado. Y es ahí donde debemos de empezar a mojarnos e implicarnos. Hasta empaparnos. Porque merece la pena.  Así que hagámoslo.

Y si no tenemos esa norma interna, o estamos en proceso de elaboración, existe un Decreto de Derechos y Deberes del Alumnado, promulgado por la Administración Educativa, que está para algo. Y no hemos de sentir temor en utilizarlo como herramienta cuando sea preciso. Por simple responsabilidad. Así que hagámoslo.

Por otro lado, ya lo hemos dicho, nuestro proyecto también debe velar por el hecho de que reciba atención ese alumnado que, por distintas circunstancias personales y/o sociales, perciben la obligatoriedad de la educación como un lastre y una incomodidad, y muestren una actitud negligente y disruptiva hacia la misma. Un ámbito educativo en el que este alumnado pueda experimentar otra forma de relacionarse y de vivir en comunidad, donde pueda captar y sentir que el respeto de unas normas básicas de convivencia nos hace la vida más fácil y satisfactoria a  todos. Hemos de tener en cuenta que, en ocasiones, únicamente cuando están en el centro reciben pautas de comportamiento y de actitud en sociedad. Y que probablemente, aun pudiendo estar en desacuerdo, muchas veces agradecen poder estar en un sitio donde las reglas de juego están claras entre lo que es aceptable y lo que no lo es. En ocasiones les ayuda a no sentirse tan perdidos. Son dignos de atención. Son dignos de consideración. Cierto. Pero los otros también, aunque no hagan ruido. Aunque no llamen la atención.

En el mismo sentido, debemos trabajar por crear un espacio en el que las familias sientan que la puerta está abierta; donde perciban que serán escuchadas sobre todo aquello relacionado con el ámbito educativo que compartimos que consideren oportuno; donde encuentren una vía adecuada para toda aquella iniciativa que planteen pero, sobre todo, donde entiendan que tanto ellas como nosotros perseguimos el mismo objetivo: el beneficio para sus hijas e hijos. Donde se les dará la razón si la tienen y se les negará si no la tienen.

Hemos de hacerles entender (y créannos que se logra) que, por el interés de sus hijas e hijos, nosotros no somos una guardería. Que en nuestro sueldo no se incluye esa función. Que estamos para otras cosas. Que para aparcar y cuidar niñas y niños malcriados están aquellas personas a quienes el destino agració con vástagos tales. Puede parecer duro, puede parecer incorrecto. Pero lo entienden. Lo entienden y, la inmensa mayoría, lo agradece. Con los medios puestos a nuestra disposición llegamos hasta donde podemos llegar. A partir de ahí, debemos asignar prioridad entre las distintas realidades. Y debemos tener clara cuál es la nuestra. Nuestra realidad y nuestra prioridad. Que, no lo duden, es la de ellos. Y hay que explicarlo. Y no hay problema en ello. Así que hagámoslo.

Por último, hemos de trabajar para lograr  un entorno en el que el profesorado y el personal no docente que trabaja y se implica en el proyecto, se sienta respaldado y apoyado en su labor y en el que encuentre respuesta a todas aquellas iniciativas que puedan plantear en beneficio de nuestro alumnado y del Centro. Un profesorado que vea reconocido su esfuerzo y su implicación.

Un entorno en el que el profesorado y personal no docente que, por las razones que sean, se encuentre invadido por la desidia y/o la dejadez, por la abulia y/o la apatía, no pueda sentirse cómodo. Un entorno en el que, indefectiblemente, se le haga ver a este  profesorado que, si se nos paga un sueldo, es por algo y para algo. La indolencia que intentamos combatir en nuestro alumnado no puede ser ejemplo en el profesorado. El hecho de que la puerta de entrada sea tan amplia que permita el acceso de tan dispar personal, no quiere decir, no significa, que tengamos que aceptar como un imponderable la indolencia vital de ciertas personas. Con los medios que tenemos a nuestro alcance, que no son muchos, hemos de intentar despertar y activar a tales compañeros y compañeras. Si no es posible, hemos de conformar un ambiente de trabajo en el que su propia (in)actividad deje en evidencia su indecencia profesional. Son pocos y cobardes. Cierto. Y su influencia en la dinámica general del centro no es altamente significativa. Cierto. Pero en ocasiones, cierto también, afecta mucho más de lo deseable. Y eso, por el bien de nuestro alumnado, y por el nuestro, también tiene que ser combatido.

En resumen, debemos pretender un espacio común, académico y de relación, en el que nuestra pertenencia y permanencia en él, tanto por parte del alumnado como profesorado, familias y personal no docente, sea, a la vez, gratificante y constructivo.

En nuestra mano está. ¿Cómo? Implicándonos y tomando partido. Partido hasta mancharnos, que diría Gabriel Celaya. Obviamente llevar a cabo y defender esta política de Centro nos exige una implicación que hay que valorar y tener en cuenta, pero no es posible escudarnos en que otros no lo hacen, los políticos no lo quieren o  la Consejería no lo potencia. Porque la normativa lo permite. Entonces, hagámoslo nosotros. Desde nuestra autonomía podemos hacer, cuando menos, algo distinto. Intentar otra cosa. Asumamos las discrepancias y defendamos nuestro planteamiento frente a, si se diese el caso, nuestros superiores jerárquicos, a parte de los responsables legales de nuestro alumnado, a parte del propio alumnado, a parte de nuestros compañeros y compañeras de claustro…. Intentemos crear una dinámica educativa en nuestro centro que sea más que aceptable para los años, pocos o muchos, que aún nos quedan en esta profesión. Porque merece la pena. Por nuestro alumnado y por nosotros. Y porque, a la vista está, y la experiencia nos lo demuestra, no nos va a venir de fuera. Así que hagámoslo nosotros.

Antonio Hernández
hagamoslonosotros.blogspot.com

6 comentarios:

  1. No entiendo muy bien el mensaje que se pretende enviar en este post pero, a pesar de ello, estoy bastante de acuerdo con el mismo.

    Creo que el trata aspectos distintos que seria interesante discutir de forma separada.

    Un Saludo

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  2. Estimado Morabati,
    el mensaje es sencillo: no hay que esperar a un cambio legislativo para intentar otra cosa.
    Se trata de un artículo generalista que, tienes razón, puede derivar en análisis por separado de los aspectos que toca. Tal es así que un lector nos ha hecho llegar un artículo que, en breve, publicaremos. Responde al título "Por qué no creo en las competencias básicas” y lo recomendamos por su sencillez y claridad.
    Desde aquí animamos a toda aquella persona que quiera contribuir al debate a hacernos llegar sus aportaciones a través del correo electrónico indicado en la primera entrada.
    Un saludo.
    Antonio Hernández

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  3. Hola, soy Nano Ojeda, funcionario por educación física en la actualidad pero durante muchos años me consideré (creo que hasta lo ponía en mi profesión en el DNI, OPOSITOR). Digo ello porque ya he "masticado, estudiado, empollado" que no digerido 4 sistemas educativos.
    Estoy totalmente de acuerdo con lo que se plantea y además, pregunto,
    ¿cuál es el fin de la EVALUACIÓN? ¿que pretendemos con ello?. Por ser conciso, no debe ser sencilla, clara y que sirva como feedback, tanto a alumnos, como profesores y padres. Por lo tanto:
    ¿creemos, creen, que con la evaluación por CCBB (además!!! distintas en cada Centro) se llega a este fin?

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  4. Estimado Nano, todos sabemos que ellos saben que no. Tienen claro que no se llega a ese fin. ¿Por qué lo hacen, entonces? Puede que una de las respuestas sea la que plantea una compañera de Filosofía (y no obstante se le entiende perfectamente. Je, je. Perdón por la broma) en un artículo que tiene en cocina y que publicaremos próximamente.
    Gracias por participar.
    Un saludo

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  5. ESTOY DE AQCUERDO CON LO PLANTEADO EN ESTA ENTRADA. Un saludo.

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  6. ...Los análisis siempre son mas complejos que la realidad...es como una levadura intelectual en las que estamos bizcochados, casi un placer burgués. Posiblemente se trate de una cadena de Tecnosburos de sobremesa y de laboratorio kantiano, en la farsa de crear o mejor, inventar un Olimpo de la demagogia. Demagogos que se arrastran en la Historía desde el origen de la Idea clásica griega, del instrumento de persuadir con toda la carga de vanidad que lo mueve. Los tecnócratas son como mínimo de personalidad asocial, como esos locos de laboratorio que bien se pintan en el cine negro alemán, y como mucho repiten y me gusta decir,han subrayado la contrasolapa del Emilio roseaniano o imaginaron las experiencias selectivas de Summerhill... Se trata de la competitividad por la vía mística bien remunerada. La cosa es cambiar la ley para aparentar que se cambía ideologicamente, por que los hechos condicionan la realidad y el deseo. Salvajemente, justifican su inutilidad y de paso se creen políticamente importantes. Es como el General que desde el montículo ve a" sus soldados caer"... Ignoran que lo importante desde el descubrimiento del símbolo, son LOS CONTENIDOS,,el concepto y la Memoría, en sentido amplísimo, la técnica y el dato ....( mañana si puedo,arreglo la dialectica amistosa, y continua la saga, guenas noches!!!)

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