jueves, 8 de diciembre de 2011

SEGREGAR (SIN COMPLEJOS) POR INTERESES, TALENTO Y CAPACIDAD

     La Asociación de Padres de alumnos mayoritaria en España (CEAPA) ha opinado al respecto de la nueva reforma educativa propuesta por el gobierno saliente (y a la espera del gobierno entrante), que implanta tres vías distintas en el cuarto curso de la ESO, y ha dicho “temer” que “muchos institutos utilicen las opciones de 4º para separar al alumnado según sus capacidades” (El País, 23 de mayo de 2011). En el mismo artículo, los portavoces de esta misma asociación de padres aclaran su rechazo a dicha reforma porque “los alumnos que escojan la tercera vía se verían “abocados” a la Formación Profesional [...]”. (A ver: uno puede verse abocado a la delincuencia o a las drogas, pero verse abocado a la Formación Profesional, como si fuera una desgracia... en fin).

    Los comentarios anteriores de la CEAPA quizá pretendan ser razonables y constructivos, progresistas incluso, pero constituyen sin embargo la prueba de que ciertas ideas arcaicas están todavía muy arraigadas en nuestra sociedad. Y esto no es en modo alguno gratuito. Antes bien, es muy grave, puesto que dichas ideas están siendo de hecho un lastre para configurar un sistema educativo realmente moderno y, lo más importante, eficaz.
           
     En primer lugar, a pesar de que una de las (en mi opinión) pocas cosas buenas de la LOGSE fue tratar de elevar la calidad de la Formación Profesional, mucha gente continúa considerando dicha opción educativa como una especie de desahucio, la alternativa deshonrosa para aquellos incapaces de aspirar a metas más “nobles”. Seguimos anclados en esta todavía acomplejada España a una concepción decimonónica de los estudios según la cual lo deseable es que todo alumno “haga carrera” y no “desprestigie” el apellido aprendiendo a ser, pongamos por caso, fontanero. Todavía existe una consigna no escrita en los pasillos de los institutos según la cual hay que tratar por todos los medios de que los alumnos lleguen al bachillerato y a la universidad. Y esto no solo es un error a nivel personal, sino que como Estado es, de hecho, una estrategia suicida.

            La inteligencia es una cosa muy amplia y los talentos de cada cual pueden brillar en multitud de opciones diferentes. Tener habilidad como vendedor, facilidad para las relaciones públicas o talento para la cocina son sin duda modos de manifestarse la inteligencia humana. No todos tienen el valor para ser bombero o la maña para hacer instalaciones eléctricas, que constituyen, insisto, formas de inteligencia.  No hay nada deshonroso en dedicarse a esos u otros oficios. Los contenidos que los institutos ofrecen son, por fuerza, parciales, y ya está bien de considerar que los alumnos que no pueden o a quienes no les interesan dichos contenidos son una especie de fracasados (igual que no consideramos fracasados a los jóvenes que brillan en matemáticas o geografía pero son incapaces de apretar un tornillo, cambiar un enchufe o jugar al baloncesto con soltura). No, cada cual tiene el talento con el que ha nacido o los gustos que los avatares personales de su vida le han proporcionado y creo que sería bastante más progresista que el sistema educativo permitiera identificar dichos talentos y deseos y conducir a los alumnos por esa vía en cuanto fuese posible para que puedan formarse adecuadamente, y no obligarlos a permanecer en una docencia absurda y absolutamente desmotivante para ellos. Todos los que trabajamos en las aulas hemos tenido alumnos que, al no interesarles lo que la ESO les ofrece actualmente, se dedican a “calentar” la silla o a reventar las clases. Basta preguntarles (yo lo hago con frecuencia) qué les gustaría estar haciendo y siempre te responderán que trabajando o estudiando un módulo profesional. Y cuando algunos de ellos entran por fin en alguna de estas opciones, si les seguimos la pista es sorprendente (y esclarecedor) cómo se integran, se motivan y funcionan. Entonces, ¿a qué viene esta gran hipocresía de nuestro sistema educativo?

     Hay quien todavía utiliza el argumento económico para hablar de la Formación Profesional como la alternativa menos deseable. Esto podría tener cierto sentido hace cincuenta años, pero hoy en día no puedo imaginar un argumento más risible: un muchacho que a los catorce años empezara a prepararse para ser a los diecisiete mecánico del automóvil tendría actualmente ante sí un futuro bastante más claro y próspero que aquellos que permanecen a los veintitantos tratando de aprobar la última asignatura de derecho o de geografía, por poner algunos ejemplos.
  
     Pero es que además, como dije, esto es un suicidio como Estado, puesto que todo país necesita por fuerza una estructura productiva piramidal, con bastantes más técnicos de grado medio o superior que licenciados. Ergo, además de ser un gran tabú, es un tabú hipócrita, puesto que empeñarse en que la mayoría de los alumnos vayan a los estudios superiores es luchar por una meta indeseable. Con este percal, no es de extrañar que la OCDE pronostique que España no volverá a tener un nivel de paro como el anterior a la crisis hasta 2026. Solo como comentario, Alemania selecciona a sus alumnos desde los 10 o 12 años, según el land del que se trate. Sé que esto es un disparate para nuestras corrientes pedagógicas, y yo mismo no estoy seguro de apoyarlo a edades tan tempranas en las que es difícil saber claramente cuál es el talento de un alumno, pero es un hecho incontestable que aquel es un país con una economía bastante más eficaz y productiva que la nuestra. Considero que, cuando menos, deberíamos abrir el debate. Por cierto, Alemania es, según la UNESCO, el segundo país con más alto porcentaje de lectores del mundo, solo por detrás de Japón, y desde luego muy por delante de España. Lo digo por aquellos que argumentan que la selección del alumnado atenta contra el principio de la educación como herramienta de nivelación cultural. ¿Cuándo apartaremos de la educación los argumentos utópicos y “buenistas” y nos sentaremos a hablar con cordura ateniéndonos a hechos constatados y no a dogmas ingenuos?
           
     En segundo lugar, en este país hemos llegado a confundir el derecho a estudiar con el derecho a titular. Mucha gente piensa (desde luego los portavoces de la CEAPA, o eso parece) que los alumnos tienen derecho a ser lo que ellos quieran. Hombre, tendrán el derecho de intentar estudiar lo que en principio deseen, pero a partir de ahí es su capacidad lo que se pone a prueba. Sacar un título es un mérito, no un derecho, y a quien no demuestre la capacidad suficiente (prefiero la palabra talento) para tener un título concreto, el Estado no debe dárselo, así de claro. Y debe ser, justamente, la administración, a través de sus profesionales especializados (en nuestro caso, los profesores) quienes orienten al alumnado por la vía más adecuada. Cuando es evidente (y quienes trabajamos en esto sabemos cuándo lo es) que el futuro de un alumno, al menos el inmediato, está en la Formación Profesional, defender lo contrario es, simplemente, estafarlo y hacerle perder el tiempo, además de constituir un derroche para el país. Esto no quiere decir en modo alguno que el sistema no deba permitir la permeabilidad entre las diferentes vías. Al contrario, siempre debería tratar de reconducir a cada cual a su lugar óptimo conforme a las habilidades, talentos o capacidades que demuestre, pero de una forma realista y no dogmática.

     En tercer lugar, todavía continuamos considerando la separación por capacidades o niveles en los institutos como una discriminación, cuando es algo de sentido común y además se practica (¡y lo exigimos!) habitualmente en otros ámbitos educativos: cuando uno se matricula en un curso de esquí, el primer día los monitores hacen descender a todos los alumnos una breve pendiente para ver su nivel  y decidir así en qué grupo lo incluyen:  los separan, exactamente, por su nivel y su capacidad. No porque sean unos discriminadores que prefieren a los buenos esquiadores y desprecian a los malos, sino sencillamente porque de esta forma el cursillo será mucho más provechoso tanto para los unos como para los otros. Nadie volvería a matricularse en una academia de inglés (y menos a sus retoños) donde pusieran en el mismo grupo a los alumnos principiantes y a los aventajados. Pero es que incluso en los propios institutos se practica la separación por capacidades: los alumnos que se derivan a apoyo, a un programa de Diversificación Curricular o a otra medida de Atención a la Diversidad son seleccionados según su capacidad, ni más ni menos.

     Al respecto de lo anterior, la mayor hipocresía es de hecho que quienes estamos de este lado de la sociedad con frecuencia somos quienes criticamos la segregación cuando nosotros mismos la practicamos, eso sí, en nuestro beneficio: conozco a no pocos colegas que critican los itinerarios cuando ellos, a sus hijos, les proporcionan de hecho un itinerario directo hacia la excelencia llamado colegio privado. ¿O acaso no es eso una segregación? Una segregación, además, por status económico-cultural y no siempre por talento y capacidad, que sería lo realmente justo y lógico.

     Sin embargo, a los señores de la CEAPA les parece un disparate crear itinerarios en la ESO donde vayan los alumnos según sus capacidades, talentos o niveles para ser de esta forma atendidos de manera más adecuada.

     Como decíamos en una entrada anterior, debe ser la inteligencia y el mérito, no la cuna, lo que determine el recorrido educativo de cada persona, y resulta muy curioso que la CEAPA clame tanto contra esta medida (que, entre otras cosas, permitiría mejorar la formación y el futuro de muchos alumnos) y tan poco contra un sistema que de hecho está haciendo lo mismo, esto es, seleccionar alumnos y determinar su futuro, pero por su capacidad económica para poder pagarse o no un colegio privado, y no por la intelectual.

     Finalmente, el sistema actual aboga, y lo oímos constantemente en boca de políticos de la cosa, de inspectores y de técnicos de la Consejería de Educación, por la consecución del éxito escolar de todo el alumnado. Esto, si bien suena a música celestial en su formulación, no deja de ser mas que otra (otra más) pomposa y grandilocuente declaración “buenista” de intenciones. Y esto es así porque con el planteamiento actual es simplemente imposible y la realidad nos lo demuestra día a día. Pretender, con un currículo común, abarcar la disparidad de capacidades, talentos, motivaciones e intereses de tal manera que todo nuestro alumnado alcance el éxito escolar es absurdo, no ya por ilógico e irreal, sino por intangible. Sólo cabría una forma de lograrlo: rebajar el nivel de exigencia hasta el baremo que nos marque el menos interesado, con lo que, como resulta  evidente para todos, el supuesto éxito escolar no sería mas que una falacia educativa (una más), una mentira del sistema (otra más) y un fracaso socio-educativo suicida, además de una gran injusticia para la mayoría del alumnado que sería condenado, teniendo capacidad y talento para no ser así, a una  ramplonería vergonzante. La única manera de perseguir el éxito escolar de la mayoría, creemos, no es otra que la planteada en este artículo (planteamiento para el debate huyendo de dogmas). Y además, sería la más justa. Cuando menos, pensamos, es más real y factible que el planteamiento actual.

     Algunos comentarios más al respecto de lo anterior. Según el catedrático de economía José García Montalvo (El País, 7 de marzo de 2010), los resultados de estudios como el PISA muestran que los estudiantes españoles tienen un nivel sustancialmente inferior al que les correspondería por el volumen de recursos que se invierten en educación. La OCDE señala que la rentabilidad absoluta de la educación en España está cayendo de manera significativa desde mediados de los 90. Saquen ustedes sus conclusiones. Por otra parte, los datos de la OCDE muestran que España es, con diferencia, el país con mayor nivel de sobrecualificación en su población laboral (más del 25%). Entre los jóvenes la sobrecualificación se acerca al 40%. El informe europeo CHEERS mostraba que a finales de los 90 el 17,9% de los graduados universitarios españoles desarrollaban trabajos para los que no se requería ningún estudio universitario, frente al 7,7% de la media europea. Es decir, lo que comentábamos al principio: o fomentamos la Formación Profesional de calidad y derivamos a ella a aquellos alumnos que tienen perfil adecuado, sin dramas decimonónicos, dogmas ni memeces, o nos estamos suicidando como país. Últimamente (especialmente a raíz del último invento de las competencias básicas, tan queridas en este foro)  sale con mucha frecuencia el debate sobre cuál debe ser el objetivo de la educación secundaria. Resultan graciosas dichas discusiones y lo que en ellas se vierte, sencillamente porque, así como los objetivos de la primaria son claros (aprender a leer, escribir, hacer cuentas y razonar), los objetivos de la secundaria pueden (y deben) ser muy diferentes según cuál sea la pretensión de futuro del alumno. Contenidos claramente sobrantes para unos (como las integrales, los tipos de plásticos o la electrónica digital, por poner algunos ejemplos) resultan indispensables para otros, y el currículum común solo consigue un nivel medio que no satisface ni a unos ni a otros. Ah, y por favor, no me vengan con que el deber del profesor es “atender a la diversidad en el aula”. Ya llevamos bastantes años en esta empresa como para saber que en una clase de treinta alumnos eso es imposible sin descuidar a unos o a otros. No, el deber de un profesor es sacar el máximo potencial de sus alumnos, y ello, nos guste o no, es imposible si no se los separa en grupos por interés o capacidad (vamos, si no se los segrega), como en los cursos de esquí.


     Creo que los itinerarios son una medida de sentido común que permitiría elevar la calidad y la eficacia formativa de todo el alumnado, y solo le pongo un defecto: es demasiado tímida. Si no la separación ciencias-letras que prevé la reforma, creo que al menos la opción de decantarse por la Formación Profesional debería existir ya en tercero de la ESO o incluso en segundo.  En cuarto curso el sistema ya ha ido seleccionando a los alumnos y echándolos, desgraciadamente por la vía del fracaso escolar. Por eso en todos nuestros centros hay muchos más alumnos en primero de la ESO que en cuarto. En mi opinión sería más sensato aparcar dogmas “buenistas” y asumir con normalidad, como hacía mi sabia abuela, maestra durante cincuenta años, que no todos los jóvenes sirven ni quieren estudiar, y facilitarles alternativas formativas serias y respetuosas con ellos cuando aún tienen edad para emprenderlas con ilusión. Y creo que la actual negativa a hacerlo así obedece a razones políticas y no a argumentos lógicos. El problema es que un país, especialmente uno tan sensible a las crisis económicas como el nuestro, se construye con inteligencia, realismo y sentido común, no con ideologías.
                                                                                                             Ignacio Rodríguez Alemparte