martes, 28 de junio de 2011

MIRa quién habla

“La calidad de la enseñanza es un reflejo de la calidad de sus maestros”. Es sentencia repetida, pletórica, triunfante; la cual, como toda frase lapidaria, no consiente que el buril incorpore a la piedra los matices oportunos. La leímos en el Informe McKinsey 1 y la oímos una y otra vez en boca de los ingenieros políticos. Una gran verdad, qué duda cabe, pero también una verdad a medias.
La calidad de la enseñanza no la determina solamente la excelencia de quienes transmiten el conocimiento. Esta es condición necesaria, sí, pero no suficiente. Para que la enseñanza sea posible se requieren, al menos, otras dos condiciones previas:

1. El compromiso declarado de aprender: Por muy bueno que sea uno en su asignatura, por mucha paciencia que le dedique, jamás podrá enseñar nada a quien nada quiere aprender. El error de la máxima consiste en ignorar a una de las partes del proceso - el alumno - como si fuera una tabla rasa carente de voluntad. El aprendizaje no es sólo el resultado de un compromiso, sino también el compromiso en sí. Nada puede fructificar si se ignora este punto de partida, así como no tiene sentido una Escuela donde esté ausente el “deseo de comprensión”.

2. La Escuela desideologizada: El profesor debe ejercer su función sin menoscabo de la libertad de cátedra. Si un proceso selectivo reconoce su autoridad magistral, no se explica que constantemente se le induzca a la aceptación acrítica de una metodología sancionada como la “políticamente correcta”. La Escuela que se convierte en un laboratorio donde experimentar los dogmas ideológicos no es libre, y, por tanto, el profesor debe hacer su trabajo en medio de las tensiones suscitadas por la libertad que le concede la Constitución y las pesadas cadenas de la ingeniería social.

Viene esto a cuento de la ocurrencia de Alfredo acerca de implantar una especie de MIR en la profesión docente. Dicho sea de paso, la última ocurrencia en materia educativa de tan siniestro personaje fue la LOGSE. Debe de estar muy contento el superministro con aquello que urdieron los Marchesi & Co., pues no le ve otra falta que la escasa formación de sus profesores. Ni una mención a un hipotético fallo del sistema, precisamente porque el sistema es el reflejo de una ideología, y, como tal, dogmático. Lo cual que no sería tan grave si no fuera porque, además, es un sistema fracasado.

Ni ochenta MIR pueden modificar la deriva de la LOGSE/LOE, por la sencilla razón de que sus premisas han sido siempre erróneas. El paidocentrismo fracasó, y también lo hará este presunto giro copernicano que parece reconsiderar la figura del profesor como pieza angular del sistema. Y fracasan porque ambas ignoran la primera premisa: como en todo proceso comunicacional, la enseñanza requiere que emisor y receptor estén dispuestos a intercambiar mensajes. La ampliación de la “obligatoriedad comprensiva” hasta los 16 años significó que está condición no fuera posible. Hasta ese límite, son muchos los alumnos que no quieren o no pueden seguir la vía tradicionalmente asignada a los Institutos de Enseñanza Media, de modo que el proceso se ve interferido por el “ruido de los disidentes”.

Pero la ideología logsiana tenía como principal mandamiento el de la igualdad. No de derechos, sino de resultados. Un mundo feliz – pero, finalmente, distópico – en el que todos encontrarían variadísimos estímulos para estudiar lo mismo. No fue así, claro, y un reflejo de ello se aprecia en cómo ha variado la fisonomía y reglamentación de los institutos, sometidos a un control psuedocarcelario cuyo fin principal es mantener bajo vigilancia a los insurgentes. Pese a que la Arcadia prometida no se materializó, Alfredo y sus mariachis jamás dudaron del sistema. Fueron encontrando excusas de todo pelaje: el retraso histórico, la educación franquista, el nivel socioeconómico de los padres, la sociedad de consumo, la burbuja inmobiliaria, la televisión (Internet, no: Internet lo mola todo, aunque el niño se pase diez horas en Tuenti), las zozobras de un mundo cambiante y hasta el libre mercado. En este repertorio también había sitio para aquellos profesores que no tragaban con la doctrina, claro está. Pero quizá pensaban que un gremio tan dócil acabaría plegándose al canon de los nuevos psicopedagogos, quienes sostenían que la del maestro acabaría por ser una figura innecesaria, puesto que el conocimiento se construye o, simplemente, se encuentra.

Y es que el profesor empezó a ser prescindible el mismo día en que algunos creyeron que también lo eran los contenidos. Lo importante, decían, son las estrategias curriculares, las competencias básicas, la construcción democrática del conocimiento. Aprender a aprender, sí. Pero, aprender, ¿qué? El desprestigio del profesor corrió parejo al desprestigio del conocimiento. Al menos, de ese conocimiento que servía para tender puentes entre los Institutos de Enseñanza Media y la Universidad, y que hoy está siendo sustituido por un sucedáneo pueril, utilitario e insignificante. Como dicen los “modernos”, ¿para qué insistir, si ya está todo en Internet?

Esta concepción de la enseñanza convertía el proceso en un ejercicio de solipsismo nihilista: Ningún emisor, ningún receptor, ningún mensaje. La Nada en estado puro.

Sin duda, en Primaria estas ideas encontraron eco; pero los Institutos - cuya naturaleza y cometido son muy distintos - han ido sobreviviendo gracias a profesores que enseñan lo que saben aun a pesar del pensamiento único. Que Alfredo apueste ahora por un MIR no significa que persiga la excelencia académica en los claustros, sino que es una manera de dirigir el foco inculpatorio hacia la tarima docente. La excusa que hace furor esta temporada es que buena parte del fracaso se debe a la escasa formación pedagógica de los profesores. Y, por descontado, los más culpables de entre los culpables son los especialistas de secundaria, por más que la evidencia y los Informes PIRLS para Primaria hablen de un acusado descenso de los niveles en esta etapa. Lo que quiere Alfredo es más pedagogía igualitaria y comprensiva, más doctrina y más asentimiento gregario. Mientras que el MIR de Medicina está pensado para forjar especialistas, el proto-MIR de Rubalcaba sólo puede derivar hacia la característica generalización de las consignas.

Quizá a ese espíritu responden estas declaraciones del ínclito ministril:  “Tenemos un sistema educativo que lo que sí hace de putísima madre es formar a funcionarios.” 2

Sobre todo si dicen: Amén.

Nacho Camino


jueves, 16 de junio de 2011

Contestación y agradecimiento a los comentarios realizados. Dada la extensión la publicamos como entrada (los comentarios sólo admiten cuatro mil caracteres). Pedimos disculpas por el formato dispar utilizado.

           Muchas gracias de nuevo por todos los comentarios, incluidos los disconformes. Como ya dije, de eso se trata, de crear un foro donde escuchar argumentos e intercambiar ideas inteligentes. Agradezco además el tono empleado.
            José Miguel, acepto tu crítica, pero he de decirte que no desautoriza ninguno de mis argumentos. Ya sabíamos que el disparate de las competencias básicas viene de Europa, pero eso no lo hace menos disparate (no vayas a creerte que allá arriba los legisladores son infalibles. Además, allá también están actuando las sectas pedagógicas, como luego veremos. Ergo, el resultado era obvio).  Y por cierto, ¿no chirría un poco que el producto de tan sesudas investigaciones sean unas competencias diferentes en cada país? Digo, porque los resultados de cualquier investigación verdaderamente seria son normalmente extrapolables y universalmente válidos, por definición.
Tampoco pienses que el problema de la degradación de la educación pública es en modo alguno exclusivamente español.  Al respecto te recomiendo la lectura de algunos artículos de la pedagoga Inger Enkvist (pongo algunos enlaces abajo) o, mejor aún, de su libro “Repensar la Educación” (Ediciones Internacionales, Madrid 2006), donde habla de cómo los magníficos resultados de la educación sueca empezaron a caer en picado cuando decidieron experimentar las nuevas teorías pedagógicas por parecer más “democráticos”. Ella es ahora asesora del Ministerio de Educación sueco. Artículos similares sobre la degradación educativa que están produciendo dichas teorías pedagógicas se pueden encontrar publicados en Francia, Argentina, Reino Unido, etc. No sé, a lo mejor es que casi todos los profesores del planeta son unos retrógrados... pero me parece poco probable.


http://deseducativos.com/ensayos-deseducativos/inger-enkvist/


http://mesecosicas.blogspot.com/2009/02/dogmatogafia-la-pedagogia-de-inger.html


“En esta ley me falta el entusiasmo por el Conocimiento. ¿Dónde está el amor al Conocimiento?”
(Inger Enkvist)

(por cierto, en el último enlace, hacia el final del vídeo, no te pierdas las caras de hastío y desinterés de los políticos ante las claras palabras de la pedagoga. Digo, para que no vayamos a creer que aquellos están interesados en resolver los problemas educativos).

            En cuanto a tu comentario de que “no debemos llenar de conocimientos a nuestros alumnos sino hacerlos competentes”, no puedo estar más en desacuerdo, y al respecto te recomiendo vivamente la lectura de la nueva entrada de este blog titulada “Kevin, por favor, deja de dar golpes con el boli en la mesa”, de la filósofa y profesora Esther Terrón. Yo sí creo que debemos llenar de conocimientos los cerebros de nuestros alumnos, y deseo que llenen los de mis hijos con todos los conocimientos que puedan asimilar, cuantos más mejor, como hicieron con el mío. Y es que sin conocimientos no es posible ser competente, ni reflexivo, ni crítico ni, lo sabemos, disfrutar de buena parte de la vida. 
 Dices también que en Secundaria “no deberíamos impartir conocimientos específicos sino formar ciudadanos competentes, nada más”. Eso parece un falso silogismo: es imposible. No se puede ser competente sobre nada. “Ser competente” en algo significa que tienes tus conocimientos sobre ese algo tan bien asimilados y ordenados en la cabeza que los puedes manejar con suma habilidad. Pero no se puede ser competente sin conocimientos específicos que manejar, igual que no se puede ordenar una habitación vacía o jugar al ajedrez sin piezas. Y por cierto, Antonio C., tu argumento de que un alumno puede aprobar todo y aún así no ser competente también es falso y ahonda por desgracia en el lugar común favorito de nuestros políticos y pedagogos (no todos), consistente en que la culpa del fracaso escolar es de los profesores, que enseñamos contenidos sin aplicación y usamos metodologías arcaicas. Pero basta que te acerques a un colegio privado o concertado e incluso público de determinadas zonas (lugares todos ellos dónde, a efectos prácticos y con la aquiescencia de las autoridades educativas, aún no ha entrado ni la LOGSE ni se la espera... curiosísimo) y observes la altísima competencia que sus alumnos tienen para que comprendas lo desacertado del argumento (colegios en los que, por cierto, estudian y estudiaron los hijos de los padres de las distintas leyes educativas, así como los de los pedagogos que elaboran las peregrinas teorías de las que hablamos. A sus hijos, claro, les va estupendamente). Y no te engañes,  eso no sucede porque allí apliquen pedagogías muy modernas y enseñen por competencias básicas. No, es mucho más sencillo: sucede porque esos centros tienen la capacidad de ser exigentes con los alumnos, así como por la implicación de estos y sus familias hacia la formación (por causa social y cultural, probablemente, pero ese es el hecho) y porque allí un alumno aprobado realmente ha aprendido los contenidos de la asignatura, cosa que no siempre ocurre en la enseñanza pública. Claro que si te referías a que en la enseñanza pública actual aprobar o pasar de curso no siempre significa haber aprendido algo, estoy de acuerdo. Pero que aprender de verdad implica ser competente, no te quepa la menor duda. Y lo que estamos haciendo actualmente es abrir una brecha injusta (y aterradoramente grande) entre los alumnos de la pública y los de la privada, cuyo alumnado a los doce años hace cosas que los nuestros de cuarto ni entienden.
            La triste realidad es que estamos cerrando el paso a un alto porcentaje de alumnado procedente de las clases subalternas que, con este sistema, jamás podrán competir con los hijos de las élites económicas y/o culturales (de las que tú y yo, por cierto, formamos parte): cercenamos futuros de hijos que no son nuestros. Y eso es indecente. Dice Esther Terrón (y otros pensadores) que quizá no sea un accidente y que todo esté perfectamente planificado, y es posible que así sea. Por eso mis hijos, o los tuyos, nunca tendrán competencia en un Kevin con su bolígrafo. Y por eso tenemos que rebelarnos. Porque no podemos convertirnos en cómplices de un sistema que desemboca en una estratificación social injusta. La cuna no puede determinar el lugar que debería dictar la capacidad, el mérito y el esfuerzo. Es de justicia y de sentido común. Somos docentes y estamos para enseñar. Enseñar para que mejoren. Porque mejorando nuestros jóvenes mejoramos todos. Al igual que nuestra generación mejoró la realidad de la de nuestros padres. Porque es la única forma de que una sociedad no se anquilose y avance. Eso es lo decente. No me tildes de demagogo, por favor. Ya sé que tú también pretendes lo mismo, lo acepto. Pero la realidad de los jóvenes en edad escolar es la que es. Y porque nos ponemos en su lugar, debemos rebelarnos. Porque ellos no tienen ni idea, no ya de dónde les vienen los palos, siquiera de que los están recibiendo. La ironía histórica de este Sistema Educativo (amamantado desde la LODE y el bachillerato experimental) es que, a través de un discurso que suena a progresista, tremendamente agradecido en su verbalización, hemos permitido un mecanismo educativo de reproducción social casi perfecto, que consigue lo contrario de lo que dice pretender.
Decimos lo que decimos y discrepamos en lo que discrepamos porque disfrutamos haciendo lo que hacemos y nos encanta nuestra profesión. Al igual que tú, por supuesto. Pero lo que cuesta entender, desde hace tanto tiempo, es observar entre algunos compañeros la tozudez dogmática con que se enfrentan a una realidad lamentable que es evidente no sólo para los docentes (la lista de expertos e intelectuales que han denunciado reiteradas veces el desastre educativo español pasa por Antonio Muñoz Molina, Fernando Savater, Pérez-Reverte, César Molinas...).  El mecanismo, si se me permite la expresión, recuerda a la fe del converso: yo veo la Luz de la Verdad, y si la realidad no concuerda con la misma no es porque mi Verdad sea falsa, sino porque los demás son unos ignorantes en la fe y no la ven. Pero en verdad os digo que, en cuanto todos la vean, el mecanismo funcionará. Aleluya.

            Ojo, lo dicho no significa que no haya cosas que mejorar entre nuestro profesorado, que las hay y muchas. Simplemente, como ya dije en otro comentario, es que no es ese el problema principal. Nos estamos equivocando de problema.
            También pareces dejar caer que los profesores nos negamos a formarnos porque no queremos actualizar nuestros métodos. No hay nada más falso. Como coordinador de formación organicé una ponencia en mi instituto, justamente sobre competencias básicas, y para adecuarla hice una encuesta previa para averiguar el grado de formación de mi claustro: prácticamente todos habían asistido voluntariamente a cursos de formación sobre programación y evaluación por competencias. Asimismo, todos afirmaban no haber aprendido nada, o que eran una sarta de obviedades, o que estaban totalmente alejadas de la realidad del aula, o que eran inaplicables... curiosamente, también organizamos unas charlas sobre el uso de la plataforma Moodle como herramienta docente en secundaria y el lleno fue absoluto, incluso hubo que repetirlas. Pocas semanas después, en mi centro teníamos instalado Moodle y ya había profesores dando los primeros pasos. No, Antonio C., la mayoría de los profesores no nos negamos a formarnos ni a reciclarnos. Lo que no queremos es perder el tiempo, así de simple. Y que sea tan difícil encontrar un ponente bueno de competencias sugiere lo poco consistente de esta reforma.
Mira, cuando aparece una nueva técnica en medicina, por poner un ejemplo, si realmente aporta una mejora todos los médicos está deseando actualizarse y aplicarla. Y cuando no funciona ni aporta nada, pues lo desechan y no pierden el tiempo. Y lo mismo sucede con los demás profesionales, así de simple. Eso no es ser un retrógrado: es tener capacidad de discernimiento y sentido crítico.
Por cierto, fue uno de esos ponentes quien afirmó que no era importante que los alumnos supieran la tabla de multiplicar ya que, total, siempre podían contar con los dedos, no me lo estoy inventando yo. Cierto que en ningún lugar dice que no haya que aprenderlas. Pero la realidad es que, en un alto porcentaje, nuestros alumnos no las saben. Pero los alumnos de los colegios privados y desde luego tus hijos y los míos sí se las saben y las dominan, no te quepa duda. Algo está fallando, digo yo. ¿O es que se trata precisamente de eso...?
           
            También cargas, al final de tu intervención, contra la selección de los alumnos. Vamos con más demagogia: ¿pretendes obviar que vivimos segregados por mecanismos que, mientras estemos en este lado de la sociedad, mejor no desenmascarar? ¿El reparto social por barrios es aleatorio y casual? ¿Y que por eso mis hijos y los tuyos van al colegio que van y Kevin, con sus bolis, va al que va? No termino de entender por qué tipo de complejo eso de seleccionar alumnos os suena a nazismo, como si los quisiéramos seleccionar para el matadero. El rechazo a la selección es otro de los dogmas que más daño hacen al sistema y a los propios alumnos (y me refiero a todos, también a los que desean otro tipo de salida formativa que debería ser igual de digna y que nosotros nos empeñamos en negarles en una especie de “despotismo ilustrado” educativo). ¿Por qué algo que se da por descontado en el resto de ámbitos de aprendizaje (cursos de esquí, academias de idiomas, etc) donde lo primero que se hace es dividir al alumnado por niveles y capacidades para atenderlo mejor, es una especie de blasfemia en la ESO? Y otra pregunta: si no hay que dar tantos contenidos sino hacer a los alumnos competentes, y sabiendo que no hay mejor desarrollo de la competencia que el ejercicio práctico de lo aprendido, ¿por qué es otra blasfemia que los alumnos que lo deseen terminen su formación hasta los 16 en una rama profesional, como aprendices, y se les obliga a permanecer en las aulas, que pocas competencias más están proporcionándoles?
            De todas formas, como persona constructiva que soy (que no constructivista), quisiera pedirles que ustedes, que sí han comprendido la filosofía de las competencias básicas, nos pusieran un ejemplo de un tema cualquiera comentando cómo se suele enseñar ahora, cuáles son los errores de ese método y cómo se debería abordar más eficazmente a través de las competencias básicas.
            Finalmente, comentarte que por supuesto he visto los ejercicios de las pruebas PISA, y he de decirte que son problemas que tú y yo resolvíamos por docenas en sexto y séptimo de EGB. En aquella época no había competencias básicas, constructivismo ni TICs. Entonces, ¿por qué se le hace cuesta arriba a un porcentaje tan elevado de alumnado de la ESO? ¿Será porque ahora todo el profesorado es malísimo? No seamos simples, por favor. ¿Qué ha pasado realmente? ¿En qué estamos participando? Si recuerdas, nuestro primer ciclo de EGB consistió, básicamente, en hacer cuentas, problemas, dictados y redacciones, y en memorizar unas cuantas cosas. Actividades todas ellas arcaicas y obsoletas según los modernos pedagogos,  pero que nos han llevado a ambos a terminar una carrera superior, aprobar una oposición, ser autónomos para adaptarnos a diferentes trabajos y a las nuevas tecnologías (que entonces ni existían) y estar ahora aquí, con una sintaxis y una capacidad de expresión envidiables, “charlando” por internet sobre la inutilidad de los antiguos métodos de enseñanza y las bondades de los nuevos...


Ignacio R. Alemparte y Antonio Hernández

domingo, 12 de junio de 2011

Kevin, por favor, deja de dar golpes con el boli en la mesa

No sé qué nos pasa, pero somos los últimos en enterarnos de lo que se prepara en los despachos mientras nosotros estamos en el aula diciéndole a Kevin que, por favor, por Dios y por su madre, deje de dar golpes con el boli en la mesa. Lo digo sin ironía porque, sinceramente, creo que el docente es de naturaleza confiada: cree que si le dice a Kevin que no haga ruido Kevin no hará ruido, que los contenidos que aparecen en los currículum de las materias que impartimos deben impartirse por el bien del alumno y que si los que dirigen el barco nos piden que hagamos algo, es porque han estudiado los vientos y saben cómo llevar la nave a puerto. Lo nuestro, parece, es remar (lo que también podría expresarse diciendo que hemos asumido el papel de “machacas” sin nada inteligente que aportar).
Decir que las leyes sirven para proteger aquello que valoramos es una obviedad pero, a veces, es bueno recordar obviedades para recordar por qué estamos donde estamos. El que hace la ley -los políticos a los que votamos- trata de resguardar un bien, evitar un peligro (o así debería ser): leyes que protegen la propiedad, el trabajo, la salud, etc. Pero cuando se miran las leyes educativas que nos han endilgado en los últimos tiempos parece inevitable preguntarse ¿qué tratan de proteger estas ordenanzas? ¿Sigue siendo el derecho a la educación un bien protegido por la Constitución Española?
Estoy convencida de que esto a lo que Ignacio Rodríguez se refiere en su artículo, esto que nosotros hemos descubierto en los últimos claustros, es algo que los "perpetradores del plan" conocían perfectamente cuando tramaron la evaluación por competencias. De hecho creo que es el objetivo real del plan: formar ciudadanos completamente incompetentes. Ciudadanos competentes en matemáticas con las matemáticas a cero o competentes en lengua que la escriben con j. Es la realidad a la que se refiere Ignacio y que todos estamos viendo en nuestros centros.
Recuerdo que no hace tanto había un valor en nuestras vidas que se llamaba "amor al saber", muy cursi seguramente. Suponía que el conocimiento por sí mismo era algo importante en la vida de un ser humano que, de hecho, lo humanizaba aún más en la medida en que le permitía desplegar sus "capacidades" o "potencialidades" de una forma libre y madura, independientemente de la posible aplicación práctica de estas. “El saber no ocupa lugar” quería decir que uno debía aprender porque no se sabe lo que vamos a necesitar en la vida. A eso, a saber, se le llamaba “progresar”, concepto que no sólo se refería a tener un trabajo mejor del que tendrías sin estudios (cosa importante), también implicaba un valor moral. Las personas formadas eran más libres, creíamos, porque tenían mayor posibilidad de elección y autonomía  en todos los órdenes (no solo en  el laboral).
Conocer era un valor porque se suponía que la actividad intelectual y el esfuerzo mental aumentaban nuestra capacidad de creación, de análisis, de reflexión, de valoración, de comprensión, de innovación y de crítica del mundo. De ese modo se entendía que, por poner un ejemplo, aunque las veces en las que uno pone realmente en práctica el conocimiento de que la tierra es redonda son muy escasas (durante miles de años pudimos vivir pensando que era plana) se encontraba conveniente que todo el mundo conociera esa verdad y no viviera en el error. La enseñanza estaba basada en esa idea: sacar a la gente de la ignorancia. Circunstancia esta última que, en cierta medida, degradaba la propia naturaleza humana asimilándola a las  antes llamadas bestias. Lo que ahora las competencias buscan no es que el ciudadano sepa (cosa bastante elitista y  detestable por lo visto), de lo que se trata es de que esté capacitado para seguir un cursillo de, pongamos por caso, Manejo de la Caja Registradora de Alcampo. Para eso ni tiene que conocer la tabla de multiplicar (esfuerzo memorístico inútil y ya desterrado de la educación hace tiempo), ni mucho menos saber diferenciar un soneto de Quevedo del menú del McDonald. Son las empresas las que darán a los trabajadores la formación que necesiten, el Estado debe garantizar que, simplemente, estén capacitados para  seguirla. ¿Más formación? ¿Para qué?  No creo en la inocencia de nuestros dirigentes, creo que quieren un mundo lleno de mano de obra barata, poco cualificada, con la única aspiración de poderse pagar unos cristales tintados para un coche sin seguro que muy probablemente le embarguen, lo suficientemente analfabeta para no distinguir a su enemigo ni cuando tiene que irse a casa de mamá a por un plato de lentejas (sin chorizo).
Se trata de que el ciudadano esté entrenado para “competir” (¿no viene de ahí “competencia”?)  por un puesto de trabajo en condiciones de explotación contra  cinco millones de parados. No sea que les dé por analizar, evaluar, reflexionar, criticar,…. el mundo en el que viven y ocurrírseles algo inconveniente.

Esther Terrón
Profesora de Filosofía del IES Las Veredillas
Tenerife